¿Avanzando o retrocediendo?
Desde la década de 1970, todas las promesas de innovación y progreso nos llevaron a pensar que abandonando los viejos modelos sustentantes que veníamos practicando, nos íbamos a sumergir en un nuevo modelo de abundancia sin esfuerzos. Cuarenta años después apreciamos que el modelo que nos propusieron en realidad era un plan y un producto patentado. Algo que nos alejaba de la fuente original de producción y que se parece a un supermercado donde todo lo debes comprar (abono, semillas, plantas, tratamientos) empobreciendo y haciendo dependiente a quien trabaja. Por otro lado, engordando las arcas de aquellos que nos sacaron del camino original con falsas promesas.
Quizás el nuevo modelo debería proponerse de la siguiente manera:
Aquellos que colaboran con la mejora y avance de la humanidad deben ser además de bien pagados, “bien conceptuados”, incluso recibir distinciones y premios por su labor. Poner a su alcance las mejores estructuras o equipos para que sigan haciendo todo el bien que puedan. Un reconocimiento merecido satisface a quien lo recibe y a quien lo da. Una sociedad evolucionada y con mayor conciencia nos hace ampliar la visión de las cosas, mas allá del dinero y los bienes materiales. Es muy difícil ser feliz y pleno cuando a tu alrededor hay sufrimiento, hambre o pobreza. Por este motivo la conciencia de muchos jóvenes emprendedores ha despertado creando nuevos modelos sociales a pequeña escala. Se asemeja a David contra Goliat, pero tiene que ver con vivir la vida de un modo más pleno y satisfactorio.
El modelo que nos propusieron a cambio tiene un precio ambiental demasiado alto para las próximas generaciones. Cada año desechamos millones de toneladas de alimentos por no haber acuerdos comerciales o proteger intereses financieros. Entonces, ¿dónde está la mejora agraria? El consumidor sigue pagando grandes cantidades de dinero por la cesta básica que alimenta a su familia. El agricultor y el ganadero se han empobrecido y envejecido trabajando, mientras los falsos profetas tienen una completa dominación de nuestro planeta a través de la biotecnología aplicada al diseño de animales y nuevas plantas, así como de la economía globalizada donde imponen los precios.
No debemos estar en contra del progreso. La diferencia radica en un progreso con amor y solidaridad. Un progreso local, regional, nacional y mundial. Una especie de “misión de vida” para todos nosotros. Pequeñas piezas que forman el conjunto de la sociedad. Eminentes investigadores y pensadores del pasado eran movidos por su pasión, sus ideales y por esa luz interna que los hizo sobresalir en campos como la física, la química, la ética, la música o la espiritualidad. Algunos de ellos murieron pobres y sin embargo les debemos las bases y fundamentos de la sociedad moderna. No parece que vayamos por ese camino.
Si todo este modelo de sometimiento promete dar otro paso adelante en sus maquiavélicos planes, quizás ha llegado la hora de que nosotros también demos pequeños pasos en el comercio de proximidad, en la cercanía de productos que llenan nuestras neveras o incluso las ropas que vestimos. Esa misión en la cual todos nos vemos inmersos y de la cual participamos activamente. Puede ser incluso un reto individual. Debemos valorar si deseamos avanzar o retroceder. Unir nuestras fuerzas con aquellos que luchan por el progreso de un modo desinteresado. Cada vez más consumidores se unen creando redes de consumo solidario con agricultores y productores. Esto ayuda a mantener la economía de los hogares más estable y dignificar el esfuerzo de quienes nos sirven el alimento. Al mismo tiempo reduce la sofisticación lujuriosa de quienes mueven los hilos. No olvidemos que cada ser humano tiene el poder de trazar su propio destino.